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Textos humorísticos

(comp.) Justo Fernández López

Lengua española

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Y Dios creó al hombre

 

DICEN que Dios creó al burro y le dijo:

“Serás burro, trabajarás de sol a sol, cargarás sobre tu lomo lo que te pongan y vivirás 30 años”.

El burro contestó:

“Señor, seré lo que tú quieras, pero..., 30 años es mucho tiempo, ¿por qué no mejor 10 años?”

Y Dios creó al burro.

Después Dios creó al perro y le dijo:

“Serás perro, cuidarás de la casa de los hombres, comerás lo que te den y vivirás 25 años”.

El perro contestó:

“Señor, seré lo que me pidas, pero..., 25 años es mucho tiempo, ¿por qué no mejor 10 años?”

Y Dios creó al perro.

Luego Dios creó al mono y le dijo:

“Serás mono, saltarás de árbol en árbol, harás payasadas para divertir a lo demás y vivirás 15 años”.

El mono contestó:

“Señor, seré todo lo que me pidas, pero..., 15 años es mucho tiempo, ¿por qué no mejor 10 años?”.

Y Dios creó al mono.

Y finalmente Dios creó al hombre y le dijo:

“Serás hombre, el animal más inteligente de la tierra, dominarás en mundo y vivirás 30 años”.

El hombre contestó:

“Señor, seré todo lo que me pidas, pero..., 30 años es poco tiempo, ¿por qué no me das los 20 que no quiso el burro, los 15 que rechazó el perro y los 5 que no aceptó el mono?”.

Y Dios creó al hombre.

Y así es que el hombre vive 30 años como hombre, luego se casa y vive 20 como un burro, trabajando de sol a sol y cargando sobre su espalda el peso de la familia; luego se jubila y vive 15 años como un perro, cuidando la casa, comiendo lo que le dan, y termina viviendo 5 años como un mono, saltando de casa en casa de los hijos y haciendo payasadas para divertir a los nietos.

El de las apuestas

por Ángel Eguileta

 

Un ministro de la Gobernación mandó empleado al Gobierno civil de Cádiz a un joven con una carta para el Gobernador que decía así:

Amigo González: Va a esas oficinas el joven Pérez, excelente muchacho, listo, servicial y trabajador, pero tiene un defecto, el de hacer apuestas, para las que se da tal maña, que siempre gana y por este medio va reuniendo un capitalito. No lo olvide usted. Si algún día le saca la conversación de apuestas, no acepte usted éstas, porque, además de que gana, pone siempre al contrario en ridículo.

Llegó Pérez a Cádiz y cumplió admirablemente las funciones de su cargo, sin que en ninguna ocasión diera señal de su manía.

Pasado algún tiempo, y cuando el Gobernador no se acordaba ya de la recomendación del ministro, entró Pérez en el despacho una mañana muy lluviosa para poner a la firma de su superior varios expedientes, y, mientras este firmaba, le dijo Pérez en tono cariñoso y cortés:

–Supongo, señor gobernador, que esta tarde no irá usted de paseo.

–Pues supone usted mal, porque apenas almuerce, pienso salir.

–Yo no se lo aconsejaría, porque con la humedad que hay le van a doler los callos y no podrá usted andar.

–¿Qué habla usted de callos? Yo no los he tenido nunca.

–Ya sé que le dan a usted bastante guerra.

–¿A mí? Pero, oiga usted. ¿Es que usted va a saberlo mejor que yo?

–Sin duda ninguna, y no tendría inconveniente en apostarle quinientas pesetas...

Cuando el gobernador oyó hablar de apuestas palideció, acordándose del aviso del ministro, pero, como estaba seguro de lo que sostenía, dijo a su subalterno:

–Señor Pérez. Ya tenía noticia de que es usted gran amigo de hacer apuestas, pero esta vez no insista usted en la que me propone, porque se curaría usted para siempre de su manía.

–Por lo visto chancea el señor Gobernador, porque yo estoy tan seguro de lo que afirmo, que vuelvo a insistir en que atravieso quinientas pesetas a que usted tiene los dos pies llenos de callos y de ojos de gallo.

El gobernador, disgustado ante tal tenacidad y deseoso de escarmentar a aquel funcionario tan porfiador, consintió en aceptar el reto, y, de común acuerdo, convinieron en que dos callistas le examinaran en presencia de Pérez y de otro empleado.

Llegaron, en efecto, los pedicuros; reconocieron minuciosamente al señor González y dictaminaron que no tenía callos ni los había padecido nunca.

Pérez bajó la cabeza, resignado, y el gobernador, después de embolsarse el dinero, se apresuró a poner en conocimiento del ministro lo ocurrido.

A los dos días recibió de éste una carta en la que le decía:

Todas mis advertencias y recomendaciones sólo han servido para demostrar que es usted un imbécil. Pérez ha perdido con usted quinientas pesetas; pero a mí me había apostado mil a que usted se quitaba las botas y calcetines en el despacho y se mostraba usted así, descalzo de los dos pies, a los empleados y personas extrañas a la oficina.

[Fuente: Cuentos españoles. Berlin – München – Zürich: Langenscheidt, 1966, p. 52-55]

 


 

Estando en un grado de un maestro de Teología en la Universidd de Salamanca, uno de aquellos maestros, como es costumbre, iba galleando a cierto personaje, algo tosco en su talla y aun en sus razones y hablando con los circunstantes dijo desta suerte:

–Sepan vuesas mercedes que el señor Fulano tenía, siendo mozo, una imagen de cuando Cristo estaba en Jerusalén sobre el jumento, y cada día, de rodillas delante desta imagen, decía esta oración:

¡Oh asno, que a Dios lleváis,

ojalá yo fuera vos!

Suplícoos, Señor, me hagáis

como ese asno en que vais..."

Y dicen que Dios lo oyó.

 

[Gaspar Lucas Hidalgo (1560-1612)]


 

A una dama no le parecía mal cierto galán, frío de condición y poco enamoradizo, y par ponerle en ocasión de conseguir el fin de sus deseos, ordenó una merienda en una huerta detrás del río, y cuando iban a pasar el río rogole la señora que le descalzara y la pasase en hombros. El lo hizo ansí.

Merendaron, y pasose la parte sin que entre ellos hubiese cosa conforme a los intentos de la dama, y para la vuelta hubo que pasar el río la señora en un jumento de aguador; y como se le mojase algo de la ropa y basquiñas en el río, dijo el galán:

–¿Cómo se ha mojado vuesa merced la ropa pasando en un asno tan grande, y esta tarde pasándolo yo no se mojó?

Respondió ella con algún enfado:

–Ya lo veo que es harto grande este asno; pero si no me mojé esta tarde fue porque es vuesa merced mayor.

[Gaspar Lucas Hidalgo (1560-1612)]


 

Entró un labrador en casa de un señor preguntando:

¿Adónde está su merced?

Respondiole el criado:

Su señoría ahí dentro está. Su merced no la veréis.

 

[Juan de Garibay y Zamalloa (1533-1599)]


 

Cuentan que un chicarrón del norte apostó con sus amigos a que se comía una vaca entera.

Allá fueron a un local, donde los camareros le fueron sirviendo la vaca bien tronceada.

Cuando sólo le faltaba comerse el rabo, el chicarrón dio señales de ir hartándose y dijo a los camareros:

"A ver si acabáis con los entremeses que no voy a poder comerme la vaca".

Al final se la comió entera y ganó la puesta.

Ya en su casa, se lo contó a su mujer, que no pareció sorprenderse mucho, sino que le preguntó:

 ¿Y cómo lograste comerte una vaca entera?

Pues a fuerza de pan fue entrando.

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